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miércoles, 10 de junio de 2015

DIMENSION DEL DOLOR - POESIA

DIMENSION DEL DOLOR

POESIA


PRESENTACION


Siempre estuve pensando en darles algo.  Hay tantas cosas en el mundo que pueden servir a la alegría!  Pero son cosas materiales que yo no puedo aprisionar:  se las llevaron otros hombres.

En las fronteras jubilosas que separan los años estuve muchas veces fabricando mentiras para mi propia cena.  Las ansias se quedaron en mis ojos, sin hallar el camino.

Y aquella historia es grande para mí; pequeña, sin embargo, entre la gran tragedia que escribe una geografía de luto sobre el mundo.

Lo que yo no pude darles fue ese dolor que les causó la existencia torturada de donde nacieron estos versos.

Ahora, antes de regar mis poemas en los anchos caminos del planeta, quiero ofrecerles este libro:

A mi madre y mis hermanos;
a la mujer que se plantó frente al dolor para ayudarme
y a los hijos que partieron desde su vientre
para sumarse al misterioso desfile de los hombres.

No deseo que mi libro se apoye en ningún prólogo.  Prefiero llegar solo y decir sencillamente lo que quiero.  No creo que el hombre debe ir diciendo frecuentemente su propia biografía; pero tiene derecho a expresar quién es, cuando presenta ante los otros la obra que le pertenece.

Quien publica un libro puede -sin que esto sea egolatría- hacer conocer lo que acerca de él piensa.  Estoy en este caso y voy a escribir el juicio sobre mi obra.

El dolor fue un enemigo (amigo algunas veces) alojado en mi vida.  Y vivir torturado puede ser parte importante en la razón de existir de la poesía.  Pero jamás el dolor dará la total explicación del poema; es indispensable, además, lograr su interpretación: honda, original, tal vez hasta velada.  La poesía es este puente no bien explicado todavía (ojalá nunca lo sea), que va del poeta al espíritu de los demás hombres.  Yo creo que he conseguido más de una vez realizar esa gloriosa arquitectura. Pienso que he utilizado la maravillosa unidad que hay en el hombre,  para una bella interpretación de la existencia.  Digo que es poesía lo que  en estas páginas ofrezco.  Es un decir ingenuo.

***

Los minutos se desgranan en la mazorca del tiempo,
caen
y se queman en mis pensamientos.
Serie 1.900:
De tí solo me puse muy pocas inyecciones.
Al correr desesperadamente en pos del futuro
no echo tierra al pasado.
Soy un hombre raro.
Veo más allá y más acá de esta vida horizontes inmensos,
Yo tengo el infinito, asta de mi bandera;
el hijo que se acerca debe izarla hasta el tope.

EL RÍO


El río, como un pie dolorido se hincha;
su cauce es una bota que lo ha presionado muchos siglos.

Por allí:
ensenadas cual uñas imponentes para romper el cuero;
muelles, puntapiés de la ciudad,
y proas que diseccionan;
inyecciones de tributarios.

Los brujos lo recetan con montes y pomadas de luna.
La marea, esa mujer inquieta,
a un compás de seis horas,
ha jugado tanto con él.
El río continúa esclavizado
por las curvas femeniles de la ribera.

AMANECER URBANO


La noche había dejado de cojear
apoyada en las muletas
de Empresa Eléctrica del Ecuador Inc.
Cuando salí
me precedió la calle que rápida avanzaba
y después de cien metros
extendía sus brazos
ordenando el desfile de edificios;
algunas ventanas a discreción;
otras, cerradas como un puño, amenazaban el bullicio;
gentes presurosas iban y venían asidas al día;
automóviles contradiciendo la distancia;
broncíneos gimnastas se mecían en los campanarios
alargando sus pies al horizonte;
prensa con prólogo de muchachos.
En, fin, una detonación en el oído del amanecer.

Y una mujer
alta,
blanca,
bien hecha,
a cuya desnudez se abrazaba París.
Chimenea de una nave
por el mar del ensueño
en este blanco cigarrillo.

Fumar ... fumar y recordarte,
ir hacia la ribera de tus ojazos negros,
anclar sobre las aguas tranquilas de tu ojera
y, si tú lo permites,
prender fuego a la nave
y quedarse viviendo del malecón adentro.

ELECTRA BALLEN AYALA


Los mangles se inclinaron
para anotar tu record
en la tabla del Guayas.
Los barcos de otros pueblos
llevaron tu recuerdo
izado entre sus mástiles.
Muchas noches la Luna
vio tu brazo altanero
diseccionar al río.

Pirata 
que encendías las distancias
de Guayaquil al Fuerte;
no son nada estos versos
ante el poema inmenso
que escribe tu destreza.

Electra:  La creciente
es un saludo del océano
al triunfo de tu gracia.

DOLOR ANTE LOS MUROS


                              Te doy este poema,
Horacio:               hecho precisamente hoy,
                              cuando cuentas dieciseis años


!Cárcel de Portoviejo! ...
!Qué dirá la estrella!
!Qué dirá el ave!
!Y el viento que dirá!

¿Y todos los caminos que a esta ciudad convergen,
que dirán?

!Qué dirán las colinas
que miran tu presencia!

Unos hombres te idearon
y por ganar el pan otros te hicieron.
Otros hombres vendrán hasta la noche
que forman tus paredes.
Y entre pocos culpables vendrán cien inocentes.
Los peores, los que matan de manera indirecta,
pero todos los días,
sistemáticamente,
quedarán más allá de tus paredes,
entre la estrella, el ave, las colinas y el viento.

!Venid hombres del pueblo que aspira a ser moderno!
Venid a ver el sitio donde estarán las vértebras,
la sangre y el espíritu.
Venid a ver el sitio que no es cuna,
ni camino, ni lecho.
Venid a ver para que sirven la madera,
el hierro y el cemento.
Venid a ver para qué sirve el Ingeniero.

Venid a ver el sitio que un joven hijo vuestro
puede ocupar si grita por salvar el derecho.
Venid a ver el crimen
que quiere ser remedio para todos los crímenes.
Venid a ver lo que debió ser clínica, escenario o escuela.

Venid a ver donde termina
el camino trazado por la Ley y los Jueces.
Venid a ver este almacén inicuo.
para las horas, las semanas y los meses.
Venid a ver la tumba prematura,
sin brisas y sin flores,
de epitafios con cifras.
Venid a ver la casa del montuvio,
y la futura casa del niño sin escuela.

Venid a ver, hombres de Portoviejo,
el monumento al mandatario.
Venid a ver este regalo
que hicieron los Gobiernos.
Y al pie de las barreras
enemigas del Sol y de la estrella,
preguntad qué es el hombre.

POR AQUÍ PASÓ UN CIRCO


Había llegado el circo al pueblo.
La noticia era grande, más alta que la torre
donde habitaban alas fatigadas y reflejos de lunas.
!Había llegado el circo!
Lo dijeron cien, quinientas, mil bocas.
La alegría, en las calles, hacia olvidar la muerte.

Me solté de la mano del tiempo,
que quiso hacerse el tonto,
y caminé despacio, la cara hacia el pasado.

Habían llegado: un vuelo de programas
y una alegría barata de payasos.
Había llegado, con la sucia carpa,
un milagro de sedas y colores.

!Ah la carpa!
Tenía unas aberturas hacia el cielo
por donde veían, sin pagar nada, las estrellas.
Y los hijos de pobres hubieran querido ser estrellas.

¿Quién dijo que no es linda la vida del pueblo?
Había bulla de circo.
Estaban casi todos,
el Concejal redondo que ya es mapamundi
y el hombre en camiseta con sandalias de polvo.

Había llegado el circo sobre zancos y ruedas,
sobre animales dóciles.
Era esto como decir
que un pedazo del mundo se metía en el pueblo.

Casi no falla nadie ...
Mi mujer, !pobrecita! ...
Mañana vendrá ella.  !Mañana!

Al día siguiente 
hubo una bullas de muchachos.
-¿Qué acontece?
-El circo que se marcha
-Pero ... no puede ser ...?

¿No puede ser?
Un dolor más ¿por qué no puede ser?
El circo se alejó
partiendo en dos la tarde,
partiendo en dos mi vida,
vistiéndose de polvo y de distancias.

¿Quién dijo que no es linda la vida del pueblo?
Dando saltos mortales sobre los horizontes
y dejando sus músicas de canciones recientes,
por aquí pasó un circo.


A ENRIQUE LUCAS


Te sorprendí mirando más allá de aquella hora,
en zonas de un crepúsculo, buscando algo muy tuyo.
Ya no tenías pupilas: mirabas con el alma,
pasando sobre el clima de rosas de la fiesta.

Y tenías la elegancia del hombre que se fuga.
Sólo yo vi la altura de tu embriaguez gallarda;
sólo yo vi las naves ancladas en tu pena.

Al fondo de tu risa descubrí las figuras
de amarradas angustias rompiéndose las alas.

Te miré en aquella hora, de pie sobre la noche,
despojado del tiempo y acaso sin espacio,
flotando entre un polvillo de pétalos difuntos.

Te escarbabas el alma.  Y era en zonas de angustia,
donde no existe, oh pena!, ni el regreso del eco,
donde todas las cosas visten trajes de duelo.

Fue entonces que quedaron tus ojos sin pupilas,
cuando perdiste todas las cifras de tu edad
y tenía sólo el lago helado de tu risa.

                            ***

Mi hijo de catorce años
tiene entre sus juguetes una pena, 
una pena vestida de sonrisas.

Mi hijo tiene el retazo de un recuerdo
en sus ojos color de los pechiches
cuando aún no están maduros.

El tenía un amigo de dos años:
olor, frescura y risa.
Y se le fue el amigo.

Desde entonces él saca ese retazo de tristeza
y lo cuelga en cordeles de palabras.
A veces es de tarde;
a veces en las noches,
cuando juegan los niños en las calles...

A LUZ MARIA


En la cocina nuestra
había un silencio de cenizas,
había un fuego
muerto de última tarde,
que no alcanzaba a renacer.

Todos deseábamos
que nos aparecieran las palabras.
Y de la generosa alcancía de nuestros labios
extraíamos sonrisas,
!Podíamos sonreír!

Ahora la vida sigue siendo mala
y sonreímos todavía.
También el hombre necesita de juguetes.

Y juego con la brisa que no envía el Pacífico
hasta este valle para mí tan estéril.
Y si tuviera lágrimas jugaría con ellas.
Más yo no estaré solo en esta Navidad,
pues jugaré, sin que me cueste mucho,
con mi propio dolor.


RIO PORTOVIEJO


No sé por qué bajaste desde tu pétrea casa,
a la cual muchas veces las estrellas llegaron,
huyendo de la vieja tortura de sus rutas
y trayendo el recuerdo de absurdos calendarios.

Desde remotos años,
en tus mansas orillas,
donde duermen morenas magnitudes,
están desconsoladas las preguntas.
No sé por qué bajaste para tu larga erranza,
en aquella perenne sandalia de tu cauce,
escoltado de sauces en llanto incontenible
y de los higuerones que acampan en las nubes.

Todo es para tu paso.
El platanal inclina sus verdes terciopelos
y mil dedos ingrávidos levantan los potreros.
Con su flexión los puentes saludan tu presencia;
los cañales desatan sus canciones anárquicas.

Vestidos con el traje de seda del crepúsculo,
los puertos florecidos en un tropel de cántaros
te salen al encuentro.
Es claro que bajaste para el suave contacto
con el hombre que luce su camisa de fragua,
para exhibir tus lentos cristales en verano
y la piel de tragedia que te dan los inviernos.

Incansable y amigo, 
cuando la balsa junta sus verdes paralelas
para el áureo desfile de los frutos benévolos.

Ansias de verlo todo te imprimen contorsiones,
ejecutan tus danza, alargas el andar,
y sinembargo llegas,
recadero infallable de cerros milenarios
a las fauces azules y lejanas.


POEMA DE LA REVOLUCION


Yo había alcanzado un pleno dominio de los astros
y ambulada en altísimas regiones anulando las causas de la
gravitación.
Mis dedos gobernaban corrientes interplanetarias
y encendí todas las bombillas del cielo,
para alcanzar una íntegra visión de este planeta.
Y se quedó La Tierras transparente:
pude ver en el fondo de los mares
y escudriñar las selvas.
Mis ojos patinaron sobre el lomo del Ande en una carrera 
desconcertante.

Todo me era accesible;
desde un polo hasta el otro
Naturaleza se cubría de respuestas a mis locas interrogaciones.
Savia de kilowatios vivificaba las ciudades, florecidas de electricidad.

Todos los campanarios del mundo
se empinaban para ver en el Cosmos,
mientras abajo
una paradoja de lujo y miseria
ponía signos absurdos en la pizarra del Tiempo.
Millones y millones de cruces,
orando en el mutismo por los hombres que quedan,
extendían sus brazos recargados de angustia.
Todavía se escuchaba el rugir de la guerra.
Una visión sin límites del tiempo y del espacio,
se me ofrecía en esta hora.
La Historia tropezaba sobre un montón de edades.
El Everest, como huso, iba engarzando nubes;
y nuestro Chimborazo, con su albura de siglos,
era como un gran lienzo para aparar estrellas.

Cantaban los océanos su viejo canto grave,
y hablando de leyendas y de hazañas mayúsculas
a enfrentar al Atlántico corría el Amazonas.

Como un miraje eterno se alzaban las pirámides
y vagaba sobre ellas el verso de Valencia.

La Tierra aún era vasta
y parecía creada para todos los hombres.
Siendo así, 
¿por qué el hambre,
la pena de las cosas distantes,
el paisaje amarillo de los seres enfermos?
¿Para quiénes la ciencia
y el milagro del vuelo,
y aquel desgarramiento del átomo, que es fuerza?
La Tierra aún era pródiga:
frutos, peces, oro, fibras:
para cada hombre un sitio, 
para cada hambre un pan,
La Tierra aún era grande;
el hombre aún era niño.
Envueltas en sus mantos de hollín
las fábricas parecían esperar el día venturoso de la Revolución.
y mirando hacia el campo
en la quietud del lago de la noche grandiosa
enviaban sus mensajes a los algodonales.
Las minas respiraban el aire puro de la noche;
sus bocas reprimían interjecciones al capitalismo.
Quise abrir ambas manos
que al contraerse habían extraído un jugo de rebeldías,
e intenté regarlo sobre los cinco continentes,
pero los humildes dormían.
Yo no sé cuántas horas, viví en el extasismo.
Los gallos, convertidos en antenas,
anunciaban el avance del Sol,
que venía a grandes pasos
intentando desalojarme del sitial
desde donde yo llamaba desesperadamente al oído de las multitudes.
Las horas, desde el trapecio de los  péndulos,
seguían arrojándose a la pista del pasado.
Una vez más me rechazó el silencio.
Yo había querido ver en un minuto el milagro de la transformación.

La gravedad multiplicaba sus caballos de fuerza
y comenzó mi descenso hacia La Tierra.
Todavía pude ver una leve claridad de astros
engastados en la sortija del horizonte.
El bisturí de los rayos solares diseccionó mis párpados,
y cayeron, sobre caminos guillotinados por la locomoción,
fragmentos del delirio.
Pero, 
la realidad era más grande:
desde las fábricas,
sobre los campos
y en las profundidades de las minas,
con el hilo de todos los minutos,
los hilanderos del dolor y la miseria
tejían el venturoso poema de la Revolución.

POLICÍA


Doblegado en la esquina
porque cayó sobre tu nuca
el garrotazo de las madrugadas.

En las urbes tus hermanos
tienden retazos de atención
sobre el cordel de los bulevares.
Son malabaristas
que aparan automóviles
y desenredan la serpentina del tránsito.

Policía:
las estrellas anotas tus vigilias
en el pizarrón del cielo.
El amanecer se tropieza en tus vértebras.

Tus ojos son cuentagotas del tiempo
mientras la propiedad descansa.
Hasta que un día la palizada del mitín
baje amenazante
y te lleve entre el aleteo de sus banderas.
En el cuerpo engrasado de los trabajadores
un sistema de siglos no podrá sostenerse.

ALERTA, ECUADOR, ALERTA


!Alegría por el petróleo!
contento de quién no sabe
de dónde vienen las penas ...
Grandes letreros anuncian
que hay petróleo en Rocafuerte;
en los campos color verde
hay hondas pupilas negras.
Abajo ríos de petróleo;
arriba el ansia extranjera.

En los campos manabitas
habrá grandes campamentos,
rubias botellas de whisky,
y un olor de cigarrillos
venidos de Norteamérica.

Carros de exóticas firmas 
hollarán las carreteras, 
llevando y trayendo gringos, 
los dueños de nuestra tierra.
¿No sienten que en nuestro cuello
está la mano extranjera?
Monroe anda noche y día 
por estas tierras de América;
el mismo que estuvo en Río
presenciando nuestra venta.

Manabita:  Tu alegría
está cerca de la pena;
este hierro que nos llega
es un hierro de cadenas.

Hay que hacer un nuevo mapa
y una nueva Geografía.

Pesadas botas al cuello
recibirán por herencia
los pequeños de esta tierra.
Abajo ríos de petróleo;
arriba sobre los ojos, 
la negrura de una venda.

Ancón, Portovelo, Mera,
y en Manabí Rocafuerte.
Monroe vestido de kaki,
con una pipa fragante,
recorre las carreteras.

!Alegría por el petróleo!
Larga transfusión que deja
sin vida a quien le concede.
Hoy apareció otro pozo, 
otra herida negra y honda.
Monroe vestido de kaki
recorre las carreteras,
y hay una calma morbosa
en los caminos de América.


POR LA MUERTE DE 

JOAQUIN GALLEGOS LARA


Desde el río majestuoso
al estero que rizan las brisas del océano,
desde el Cerro de Carmen hasta La Josefina,
Guayaquil ha sentido los pasos de la muerte,
por los mismos lugares que cruzara su espíritu
en un vuelo perenne de amor hacia estas tierras.
Guayaquil ha sentido el crujir de unos huesos.

Hoy hay luto y silencio en los galpones.
Hay más de un libro huérfano.
Y si es que el tiempo pasa, camina agazapado
porque los hombres quieren meditar en silencio.

Negras escarapelas hay en los overoles
y las rojas banderas llevan franjas de duelo.
Los paso son de plomo, las miradas acuosas,
y las voces parece que nacen muy adentro.

Están quietas las palmas del viejo cementerio,
y para recibirlo extiéndense amorosos
los brazos de las cruces que cuidan sobre el cerro
el sueño de los hombres del quince de noviembre.

Gallegos Lara llega sobre los mismos hombros
que un día lo condujeron al mitín y a la huelga;
lo cubre la bandera más roja del planeta
y lo despiden todos los puños de su tierra.

AMAZONAS


Cuando erámos muchachos te presentó el maestro.
Eras entonces algo como una arteria azul,
algo como un orgullo en la quietud del mapa.
Estabas muy lejano, pero no inalcanzable, 
y soñamos contigo, gran misterio oriental,
serpentina arrojada por la mano del Ande.
Tu golpe, de costado, sacudía al Atlántico.
Con un himno potente, que llegaba a los astros,
solemnemente entrabas en las aguas del mar.
Estabas muy lejano, pero no inalcanzable.
Te soñé, por lo menos, como objeto de un sueño,
como promesa inmensa, como vieja heredad.

!Amazonas!, robado a pesar de tu anchura.
!Amazonas! robado a pesar de tu furia.
En tí cabrían todas las naves del planeta y
quizá hasta La Luna te podría surcar.

No se abren nuestros labios para decirte adiós;
se levantan los puños en una imprecación.
Quienes duermen ahora con arrullos de cuna,
con canciones de madre, irán un día por tí.

!Amazonas!, espejo de las constelaciones,
gran camino de selvas, yo no te digo adiós.

 ***


Mi hijo tenía un amigo
y ahora tiene una pena,
más allá de los ojos,
más allá de su risa.



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