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sábado, 13 de junio de 2015

FRAGMENTO DE UN HOMBRE Y UN RÍO

ORIGEN Y EMIGRACION DE CELESTINO VINCES

 

El viento rompía sus vértebras de seda en las paredes livianas y entraba luego como un amigo de confianza.

 

La casa de Celestino Vinces era, con pequeñas diferencias, como todas las de ese lugar.  Escalera de palos delgados y hasta torcidos que descansaba en un pequeño recibidor.  Entre éste y la sala había una puerta de difícil manejo, que por la noches era asegurada con "tranca".  Seguía la sala, impropiamente denominada así porque poco o nada servía para recibir visitas.  Allí estaba la montura de palo, las jergas, los garabatos, los machetes, la ropa de trabajo y algunas sacas con maní.  También,  había en la pared, una  fotografía de Celestino y su mujer, tomada en una fiesta de Olmedo por un fotógrafo ambulante de Guayaquil.  Y, como algo indispensable, una hamaca de lona.  Seguían dos cuartos reducidos, el pequeño comedor, una cocina y la azotea.  En los cuartos había rústicas camas de madera y un catre grande de cuero.  Frescura en todos los lugares.  La cubierta, cambiada cada tres o cuatro años, era de cadi y, cuando nueva, excelente morada para los alacranes.  Las paredes de caña parecían estirados acordeones, por sus sencillas tablas y rendijas.  Por eso las voces llegaban al camino cuando el dueño de casa, acostado en la hamaca, conversaba con su mujer, mientras ésta, a la luz de la lámpara de kerosene, tejía alguno de los seis sombreros que eran la tarea de la semana.
La  presencia de Celestino en el caserío había sido objeto de comentarios.
-Y este pájaro ¿quién es?
-¿Por qué habrá dejao su tierra?
Pero los moradores de "El Tigre" ya tenían respuesta a esas preguntas de los primeros días.
A cuatro kilómetros de Santa Ana, en el camino que se alargaba hacia Olmedo, las casas de Bonce aparecían dejando entre ellas pequeños intervalos.  Muchas casas, todas de caña y cadi, sin pulimentos y sin pinturas.  En algunas había una caña larga, puesta a una cuarta sobre la parte más elevada de la cubierta, para que allí descansaran los gallinazos después de sus frecuentes recorridos, con lo cual evitaban el deterioro del cadi.  Viendo esas casas los caminantes pensaban en la necesidad de los contrastes.  Porque el desorden de las pequeñas construcciones llegaba como una caricia después de haber mirado la impeturbable alineación de los edificios en pueblos.
Los cerros de ambos lados distaban poco de las casas.  El pedazo de tierra para los cultivos era de poca anchura, pero un estero de larga trayectoria daba verdor al paisaje.  Una casa de zinc, un antiguo trapiche y la aglutinación del cañaveral anunciaban la única gran propiedad de ese lugar.
De pronto, al final del caserío, surgía una elevación mayúscula: era el Cerro de Bonce.  Atravesado en el camino, simulaba la pereza de un gigante que hubiese olvidado la prisa del viajero.  Desde su cumbre el espíritu podía alimentarse de paisajes: montañas azules, laderas, quebradas, infatigables senderos y casitas aisladas.  No era posible seguir; había que detener la marcha para mirar hacia abajo.  Después, recorriendo una apreciable distancia, porque "la tablada" era larga, comenzaba el descenso hacia Jaboncillo.  Y más allá, por un desvío, se llegaba a "El Calvo", la tierra de Martín Vinces, padre de Celestino.

Con sus trece hijos, nueve varones y cuatro mujeres, don Martín había conseguido una posición de "acomodado".  Difícilmente podía leer en un periócio y todas sus normas -de una terrible rigidez- habían sido aprendidas en la vida.  Lo que sabía era poco, pero definitivo.  Y tenía la convicción de algunas verdades que andaban por ahí, envueltas en refranes.

"El ojo del amo engorda al buey"


"En boca cerrada no entra mosca".
 Él había enseñado a sus hijos la conveniencia del trabajo, por dos razones que nadie se las habría discutido; la tierra sola no da de comer; y "el cristiano se hace hombre trabajando".

HOMENAJES Y COMENTARIOS A HORACIO HIDROVO VELÁZQUEZ

HOMENAJES Y COMENTARIOS 

A HORACIO HIDROVO VELÁZQUEZ

 

 

ELEGIA FRATERNAL


A HORACIO HIDROVO


Capitán del silencio la negra noche avanza,
tejiendo entre cristales tu sandalia de oro.

El volcán y la nube desmayó su palabra
y exequias infinitas el mar te canta solo.

Silencio en las estrellas tu brújula anda loca
ya hay un sabor de cobre que nos acerca el polvo.

El vino está suspenso ante la dama fría
y un alfiler dorado punzando está los ojos.

La noche tiene el signo borroso de tus astros,
dromedarios de luna levantan sus escombros.

Atrás viene la angustia cincelando su paso,
los diamantes azules se detienen en coro.

Y estás, Horacio, aquí, la faz tatuada en roca,
en un sentir eterno de paisajes remotos.

Perdido como un niño de su barca de juegos,
con luna entre las manos y entre los labios polvo.

La oblación sin remedio de su boca ha caido
y un silencio sin soles alarga negro hisopo.

La arena muerde a gritos de sus sales y espumas
tu nombre hecho cenizas y la luz de tu rostro.

El punto de equilibrio suspenso está en el mito
y el pecho canta claro este dolor redondo.

Encontraste tu barco, capitán del ensueño.
Iza tu vela al viento que hay mil cristales rotos.

Nota:  El poeta guayaquileño, Jorge Pincay Coronel, autor de esta elegía, mantuvo una estrecha amistad con Hidrovo Velázquez.











                                                                                                                  Guayaquil, 8 de mayo de 1962

Sra. Dña.
Lila Peñaherrera viuda de Hidrovo
Portoviejo

Muy apreciada amiga:

Quiero hacer llegar a Ud. y a sus hijos, Luz María, Horacio y José el sentimiento de mi profundo pesar  por la desaparición de uno de los más queridos y más respetados amigos que tuve en la tierra manabita, don Horacio Hidrovo Velázquez.

Raras veces se producen en un país varones de tan alta calidad humana como Horacio Hidrovo.  Era un auténtico señor de la cultura, un convencido del ideal democrático, un luchador tenaz por los intereses de la provincia que lo vió nacer, pero por sobre todo ellos poesía una recía contextura moral, caso de excepción en la época en que vivimos.

Inútil que pretenda hablar de su obra por todos conocida y de la bella y clara poesia que produjo.  Inútil, también, que quiera enviarle a Ud. y a sus hijos frases de consuelo ante tran tremenda pérdida sufrida.  Pero estoy cierto que al pasar de los días y cuando más hondo sea el vacio que él ha dejado en el hogar prevalecerá también el recuerdo  de lo que significó su existencia, del aporte invalorable en su tránsito fugaz por la tierra y ese recuerdo será la mejor herencia y el mayor consuelo para Uds.

Especialmente le ruego que transmita mi emocionado recuerdo a Horacio, digno continuador de las ideas de su padre.

Con sentimiento de consideración y estima, me suscribo de Ud.

Muy atentamente.

Rául Clemente Huerta








Guayaquil, abril 28 de 1962


Querido Horacio Junior:

Contigo -hoy y siempre- en el dolor que azota a las Letras patrias con la partida de tu admirable padre.  Sabes bien -quizás debes saberlo- cuánto hemos querido todos, y cuánto le hemos respetado, a Horacio Hidrovo Velázquez, gran poeta, gran novelista, gran maestro, gran ciudadano, GRAN AMIGO.  Su pérdida nos resta algo a todos.  Y no lo lloramos, no; porque como diría el inmortal soneto de Vera: "... no hay llanto, pero no hay sonido/ para su verde corazón dormido/ para su frente pura de arquitecto".  No lo lloramos digo, pero cómo añoramos su sombra-luz cantando en el amor, besando la dura cruz del Pueblo.  HORACIO ES.  Y eso nos salva lágrimas inútiles.

Te envio tres ejemplares de LA SEMANA 121.  Allí: tu nota sobre el libro de Carmela, un noble e intenso escrito de Garcés Larrea sobre tu noble padre y un sentido y justiciero Acuerdo de este Núcleo por su sensible deceso.  Además:  un hermoso poema de Vicente Espinales para H.

En mayo entra esta imprenta en vacaciones.  Así, LA SEMANA saldrá -la próxima- dentro de algún tiempo.  Veré de colocar allí tu otra nota sobre el inolvidable Ledesma Vásquez.  Gracias por tus envios.  Síguelos remitiendo.

Y hasta siempre, hermano mío.  Humberto Salvador, que admiraba y quería hondamente a tu padre, me encarga darte su conmovido pésame.  Lo mismo me encarga mamá:  un pésame para tí y todos los tuyos.

Con mi afecto fraterno, soy tu colega.

Ileana Espinel Cedeño.

P.D.- El domingo pasado ofrecí, por "VIDA PORTEÑA", un homenaje para tu papá.  Recité, en él, varios bellos poemas de "RECADO DE AUGA CLARA".











Guayaquil, 21 de abril de 1962

Sr. Lc. D.
Horacio Hidrovo Peñaherrera,
Portoviejo.

Muy apreciado amigo:

Al estrechamiento espiritual que en torno de su familia ha motivado la muerte de su ilustre padre, uno mi profundo sentimiento que lleva la calidez no sólo amistosa, sino fraternal, hacia Ud. y sus queridos.

Extiendo mi abrazo a Pepe -compañero de estudios- con la seguridad de que en mucho habrá de consolarlos la diaria y leal imitación de los ejemplos que en tantas actividades vitales, vuestro padre dejara con toda explendidez.   Y que no abandonarán el pensamiento de que para los grandes, en verdad, morir significa vivir.

Con especiales sentimientos de amistad, queda a sus gratas órdenes, atento servidor.



Ignacio Carvallo Castillo









EL GOBIERNO NACIONAL CONDECORA AL GRAN POETA,

NOTABLE NOVELISTA Y PRESTIGIOSO CATEDRATICO

HORACIO HIDROVO VELÁZQUEZ


Tan alta distinción constituye un acto de noble justicia.

CARLOS JULIO AROSEMENA MONROY
Presidente Constitucional de la República

CONSIDERANDO:

Que el señor don Horacio Hidrovo Velázquez, distinguido poeta, prestigioso educador y novelista ecuatoriano, ha consagrado sus nobles y desinteresados esfuerzo en bien de la cultura de nuestro país.

Que es deber de los Poderes Públicos reconocer y estimular el mérito personal y las altas cualidades que adornan a tan distinguido educador,

DECRETA:

Art. 1o.- Confiérase la Condecoración de la Orden Nacional "Al Mérito" en el Grado de Oficial, al señor don Horacio Hidrovo Velázquez;

Art. 2o.- Encárguese de la ejecución del presente decreto el señor Ministro de Educación Pública, Encargado de la Cartera de Relaciones Exteriores.

Dado en Quito, el 31 de Enero de 1962.

(Tomado de la Revista La Semana, de la Casa de la Cultura, Núcleo del Guayas, en la edición del sábado 10 de febrero de 1962)

Nota:
Horacio Hidrovo Velázquez no pudo asistir al acto masivo que se realizó en le Teatro El Recreo de la ciudad de Portoviejo, por razones de salud.  Falleció ocho días después de la Condecoración que le entregó el doctor Gonzalo Abad Grijalva, Ministro de Educación Pública.









Guayaquil, 26 de mayo de 1962

Señor:
Horacio Hidrovo
Portoviejo.

Recordado amigo:

Qué duro me va a ser, cuando viaje por tu provincia, descender de un ómnibus y pisar las calles de Portoviejo.  Claro... Portoviejo está allí: no se ha movido; tiene las mismas casas y las mismas calles; veré volar ese marco de golondrinas que dan el sabor exacto al agridulce aire portovejense que hablan del perfumado aire de los tamarindos.   Pero, para mí. Portoviejo no puede ser la misma ciudad.  Es como un altar vacio.  Tal vez mejor, como la pasta de un libro cuyas páginas ya no existen.  Y el altar vacío -no sé- no nos invita a orar.  Y el libro sin las páginas no es más que la frustración de una lectura.  No te parece, Horacio?

Y eso y nada más es  para mí -y lo será hasta que muera- tu tranquila ciudad.  Qué quieres, Horacio?... Los viejos somos así.  Muy apegados a lo nuestro.  Y en cada nombre que se nos cae de la presencia, es como si nos muriéramos un poco nosotros mismos y no quisierámos resucitar.  No puedo explicarme el concepto Portoviejo sin el alma de ese concepto: tu padre.  Es tal la admiración que he sentido por él que, aunque te parezca mentira el viejo puerto del cielo y de la tierra, ha partido para no volver, el mejor de sus marinos.  Dificilmente podrá tu disminuida ciudad, aumentarse hasta la realidad vital de tu padre.  Si es exageración, perdóname?  Pero así lo siento, así lo digo, así lo escribo.

Ayer, no más, me parece que caminando -Sancho sin rucio- iba yo junto a ese Don Quijote maravilloso que fue Horacio Hidrovo Velázquez, mirando de casa en casa y de rehendija en rehendija, la belleza muda de las cosas que tan sólo él podía sentir y explicar.  Me enseñó la historia de los árboles, me ilustró acerca de la geometría, de la aerometría dibujada de los millares de golondrinas que hay en camino a Andrés de Vera, y junto a este conjunto de cosas que para mí han comenzado a vestirse de tiempo en gris mayor, la voz suave, la palabra profunda y la musicalidad de ese poema vestido de hombre que fue tu padre.

Ah, cuánto me ha dolido su muerte!

 yo que pensaba haber pasado en Portoviejo y en Manta la Semana Mayor.  Felizmente no, no pude hacerlo.  Cuán duro hubiera sido para mí, encontrarme con el Horacio que ya creía recuperado y alegre, con el otro: con el que me alegro no haber visto: con el Horacio en un ataúd.  Y al decirte me alegro, no miento.  No podré imaginarme nunca cómo estuvo Horacio en su viaje final... Mejor verlo caminando junto a mí, hablándome de proyectos para su pueblo, sus anhelos de mundo renovados y mejores y como para hacer paréntesis a todo, retomar siempre a su leit motiv de las golondrinas.

Y basta por ahora.  Para finalizar te diré que sin ser de los que creen en supersticiones, tendré no miedo, pero rencor, pero resentimiento, con la Seman Santa.

Jueves Santo de 1961... Despidiéndose horas antes, partió David Ledesma Vázquez.

Jueves Santo de 1962... con una despedida previa, despedida de cinco años antes... "adiós, Paco Delcasty..." (Recuerdas el poema?) se marchó para sentirme más aspero en mi inveterada aspereza, uno de los hombres que más he admirado en mi vida, uno de los poetas a quien no se le ha hecho justicia, uno de los novelistas olvidados de un lado por no ser de las "grandes ciudades".  A un hombre que fue eso:  un hombre.  A un hombre que fue más que eso:  un Río, una provincia, una patria y una humanidad HORACIO HIDROVO VELÁZQUEZ.

Hazles presente a los tuyos la auténtica aspereza de mi dolor.  Y tú. si quieres ser grande, sigue hasta donde más puedas, el luminoso camino de tu padre.  Así honrarás su memoria y te engrandecerás a ti mismo ante ti y ante los hombres.

Sinceramente,

Francisco Delcasty







ELEGIA PARA HORACIO HIDROVO


Una larga agonía, como la agonía de nuestro pueblo.  Una larga agonía paradójica, que lleva a la vida y no a la muerte.

En el caso de nuestro pueblo, porque está muriendo aquello que lo matas; y morirá absolutamente a manos del mismo pueblo; digo  la herencia feudal del colonialismo español, el neocolonialismo de los yanquis; el domino político de las oligarquías.

En el caso de Horacio Hidrovo, en gran medida porque es el pueblo, parte del pueblo.  (Digo bien si digo es y no digo era).  Y porque su obra echa raíz en el pueblo, en la lucha entre la muerte y la vida del pueblo.  Decir su obra no es referirse solamente a lo que escribió.  Los hombres de la fibra de Horacio Hidrovo hace a su obra fundamentalmente viviendo, escogiendo una manera de vivir.

Si alguien quisiera separar la vida de la obra de Horacio Hidrovo haría necedades.  Desde luego, conocemos a gentes que escriben de un modo y viven de otro. No podemos ni queremos olvidarlos.  Cómo tampoco olvidamos a los hombres, nada menos que todos unos hombres, que han vivido, escrito, hecho todo de un solo modo; el modo de la dignidad humana, de la ligazón, de la participación en la vida, en la lucha y la obra del pueblo, como Horacio Hidrovo.

Poesía es una manera de decir canción.  Y Horacio Hidrovo cantó su canción, canción del pueblo.  Dijo su canción para el portero y para la barrendera; para el pescador y el obreso; para el campesino y el estudiante.  Dijo, cantó lo que ellos querían cantar, acaso lo que ellos cantaban en sus soledades.  !Soledad!  Las soledades están llenas de recuerdos, de penas, de alegrías, de tristezas, de sufrimientos, de esperanzas.  Así como los silencios están llenos de rumores y de bullas equilibradas.  !Las soledades!.

Decimos, discretamente, que estamos solos cuando nos abandonan aquellos a quienes amamos.  Y de esas soledades estuvo llena la vida de Horacio Hidrovo, la abandonaron muchos, muchas veces.

La única que le fue fiel la pobreza.  Una digna pobreza llevada con dignidad porque prevalecía a consecuencia del rechazo del bienestar ofrecido a cambio de la claudicación.  Así fue su vida fuerte, su entereza.  Su entereza hasta la muerte.

Amaba a las masas del pueblo ecuatoriano y a los paisajes del pueblo ecuatoriano.  Sobre todo a la tierra y a los hombres de su Manabí.  Y nos trasmitía su amor, nos hacía que también los amáramos.  Decimos:  Gracias, Horacio, porque nos enseñaste amar mejor a esta parte del pueblo ecuatoriano, del pueblo de la América Latina.

A última hora "las altas esferas" se acordaron de rendirle justicia.  Decimos este decir sabiendo que no es mas que un decir.  Porque el único que tiene derecho para hacer la justicia a Horacio Hidrovo es el pueblo; puesto que el era del pueblo, pertenecía al pueblo, por su voluntad, por su anhelo de vivir.  Y, al pueblo no le hará justicia nadie más que el propio pueblo.

Quisieron hacer la comedia del reconocimiento a la vera de su tumba.  !Paparuchas y comedias grotescas!  !Condecoraciones a un maestro!  Meses y meses; no pagan los salarios a los maestros mientras los maestros viven.  Años y años le regatean  la atención a su salud robándoles sus derechos.  Años y años le persiguen, le acosan, le hambrean, le encarcelan, le calumnian, azuzan a las jaurías contra él.  Le niegan el papel para su canto, el pan para sus hijos, el bálsamo para su dolor, la paga para su trabajo.  Y luego, en pompa, a propaganda fragosa, una medallita.  !Que va"  La gloria que quiere llevar el burócrata es la que la gran prensa diga que le otorgó una medallita a Horacio Hidrovo.

La medallita llegón manchada, maculada.  Mácula sobre el limpio pecho de Horacio Hidrovo.  Venía con la mácula de la ruptura de la amistad de un gobierno con Cuba.  De un gobierno, porque el pueblo del Ecuador mantiene y fortalece su amistad histórica, históricamente combativa por la Independencia Nacional, contra el feudalismo Colonial español y contra el neocolonialismo yanqui, desde la época de Francisco Calderón, a través de Alfaro y Maceo, hasta Fidel y nuestro pueblo.  Y, Horacio Hidrovo, parte del pueblo ecuatoriano, de la mas limpia parte, de la parte insobornable, los comunistas; Horacio Hidrovo no rompió su amistad para con la Revolución Cubana, para con  el pueblo Cubano, para con el Gobierno revolucionario cubano; sino que la acrecentó:  la acrecentó en la lucha y en la esperanza de las prontas transformaciones radicales de la sociedad ecuatoriana, de la toma del Poder Político por el Pueblo Ecuatoriano.

Por todo eso, Horacio Hidrovo es vivo como es vivo el pueblo; es inmortal como es inmortal el pueblo; es invencible como es invencible el pueblo.

Aún sobre la obligación de existir agonizando.  Aún sobre el hambre, la enfermedad y la ignorancia impuesta a bayonetazos.

Aún sobre la muerte.

E. Gil Gilbert
Abril, 10962.

viernes, 12 de junio de 2015

ANTE LA TUMBA DE GONZALO SAENZ


HORACIO HIDROVO VELÁSQUEZ
ANTE LA TUMBA DE GONZALO SAENZ


En este silencio, que es el silencio de plomo de la muerte, silencio sin cansancio y sin medida, la voz del hombre tiembla, tropieza y se convierte en lágrima.  Nuestros ojos florecidos de asombros escapan a la marcha del tiempo e interrogan al misterio.  Aquí el habitante obligado de esta terrena residencia lanza las preguntas sin eco y sin respuesta.  Aquí, viniendo de la penumbra del pasado, la voz ecuménica de Dario es más grave, como para una liturgia de dimensiones cósmicas:

!Feliz el árbol, que es apenas sensitivo!

Y luego:

Sin saber a dónde vamos, ni de donde venimos.

Difícil filosofía la de la vida; filosofía angustiosa, de alas siempre mutiladas, de abismos en los cuales sólo triunfa la duda, es esta filosofía de la muerte.

Y por aquellos caminos de huellas nunca contrariadas, en cuyos pedernales nuestra palabra sangra, se aleja, paralelo al sendero, nivel hecho de ilímite descanso, quien, como pocos, hizo honor al tránsito del hombre en el planeta:  Gonzalo Saénz Vera.

Ayer, con una persistencia de campana que llegaba al corazón de todos, la noticia puso a este pueblo de cara hacia lo arcano.  Y es que el anuncio trágico descendía de las torres, colocaba unos rostros frente a otro, llamaba en todos los zaguanes y quizá hasta el viento lo llevaba por algunos caminos.  Ha recorrido todos los lugares, aquellos que, un día u otro, sintieron el paso de su risa, porque fue ésta la gran bandera que él llevó por el mundo.  Gonzalo Saénz fue un eterno novio de la vida: la amó, la defendió sin lágrimas, la enalteció, la sacó airosa sobre la predicción del científico, la llevó del brazo y le dijo cosas bellas -esas cosas que sólo pueden decir los grandes- en los mismos umbrales de la muerte.  Eso ha sido hasta ayer, cuando la vida que tal vez quiso ver donde terminan los crepúsculos, se le escapó así, como una niña que sigue mariposas, en un minuto de descuido.

Y ahora, aquí, donde las flores también son algo tocado por la muerte, donde la luz hace una guardia desmayada, donde la palabra queda más allá de los labios, donde todos sentimos que alguien rompió las vértebras del tiempo, asistimos al viaje de la memoria torturada, empeñada en hallar en la tibieza de una cuna el comienzo de este puente, ahora irremediablemente desplomado y que termina en el telúrico bostezo que tienen los sepulcros.

"Verdades de la vida".  Verdades tocadas por nuestras manos trémulas y, sin embargo, seguidas de la duda.  En este sitio, donde la muerte nos ha dado una cita de sorpresa, hace media centuria este rígido capitán de minúscula nave que se lanza a la travesía sin brújula y sin costas, se asomaba a la vida, como todos, inmigrante forzoso de este mundo del ave i del guijarro, de la estrella y del pez, del grito y del silencio, del reptil y del meteoro.  Pero yo quisiera decir que esto aconteció sólo ayer, porque el hombre que hoy se nos marcha dio mucho en lo poco que vivió, pero tuvo una vida muy corta para todo lo que pudo brindar.

I, rebasada esta primer frontera de la existencia, el minúsculo inmigrante crece en cuerpo, pero sobre todo en espíritu.  En el Portoviejo de entonces, con un solo reloj, el de la torre, tal vez innecesario, la temprana inteligencia de Gonzalo estuvo en perpetua beligerancia con la inflexible didáctica del grito y la palmeta.  Pero llega al colegio y aquí se hace más visible la profundidad de sus observaciones, su gran poder de captación de las cosas del mundo y el alcance de sus expresiones.  Gonzalo llega al Sexto Año del Olmedo y es, con Armando Espinel Mendoza, Luis Nígon Ordóñez y Homero Orcés, uno de los cuatro adelantados de esos días, que escriben en el torreón inolvidable una leyenda destruida por el fuego, pero que muchos olmedinos de ese tiempo la llevamos alma adentro.  Decían jactaciosamente, pero con indiscutible derecho:  La gloria del Sexto Año de 1916 perdurará. Gonzalo, redactor de Alborada, el periódico estudiantil del segundo decenio de este siglo, se lanza, todavía sin ser ungido con el Bachillerato, a la polémica de tema filosófico, contra abogados de la tranquila capital.  I cuando deja la casona en la cual enseñaron Flécher y Ernesto Vera y Miguel Angel Fernández Córdoba, Gonzalo Saénz es ya un armado caballero para las luchas del espíritu.  Y la Universidad del Guayas lo recibe, y, a poco, lo distingue.  En ésta otra luminosa etapa de su vida, etapa de triunfos que lo llevan a un doctorado legítimo.  Después aparece el periodista festivo, consagrado por la crítica y por sus lectores.  Y, al mismo tiempo, el maestro.  Viajero de mirada penetrante por los caminos de la historia, su voz tiene la autoridad de excepcionales en las aulas del Mejía.  Son algunas generaciones las que lo proclaman maestro, con voz ancha y firme, con una total convicción de lo que esto significa.  Gonzalo es, además, el hombre del ensayo sociológico, pues hace de su profesión no sólo el medio justo para mantener la continuidad de una existencia material, sino camino para analizar los problemas de la colectividad.

Con Gabriel Macías Rivadeneira, Gonzalo Saénz forma la barricada de La Pólvora, para luchar contra los abusos del oficialismo en vísperas de una elección presidencial.   Y es entonces el periodista festivo de la columna de El Día, sino el columnista de combate que embiste contra los castillos de la tiranía.

Más allá de este período, en el cual se agigantó su rebeldía, Gonzalo Sáenz llega al parlamento.  Y es uno de esos congresistas a los cuales nuestra provincia no debe ningún rubor.

Pero quiero detenerme sencillamente frente al hombre que recibe con una sonrisa, con esa misma sonrisa de sus comentarios de periódico, el diagnóstico de una partida próxima.  Quiero detenerme ante este amigo de los libros que, sin embargo, ensaya su humorismo también frente a la ciencia; ante este que dice al laboratorio y a la radiografía y a la austeridad del médico, que ha resuelto vivir un poco más a pesar de lo que dicen ellos.  Me detengo, reverente, con la emoción a flote, ante este hombre que edifica un poema: el de la suprema serenidad y de un máximo heroísmo frente a lo irremediable.

Para el jurisconsulto, para el periodista, para el parlamentario, para el maestro, el homenaje nuestro; para el hombre que logró las dimensiones de héroe, una oración traída de los más profundos planos del espíritu.

Si pudiera escucharnos!  Pero no romperían su horizontal silencio ni el sonido de la loca campanilla en el patio de la escuela, ni la campana de la torre que congrega estudiantes, ni esta voz que pretende seguirlo con un afán de adiós emocionado.

"También se muere el mar". -ha dicho Federico, el de España.

Y aquí estamos, echadas las anclas del asombro, para la despedida sin eco y sin respuesta.  Aquí estamos para decirle que su ciudad viste tocas de lutos y que la cultura del país ha hecho un alto para llorar su muerte, con ese llanto que queda más acá de los ojos y que, por lo mismo, es montaña de roca que pesa sobre el alma.  Y en el mástil de esta voz que zozobra, sus compañeros de Núcleo izamos el más emocionado adiós.  Pero obligados a imitar su actitud de semidiós frente a la vida, decimos aquí que esperamos encontrarlo cualquier día en la canción de un árbol a la estrella o en la flor que extiende hacia nosotros el breve pañuelo de sus pétalos.

jueves, 11 de junio de 2015

RECADO DE AGUA CLARA

RECADO DE AGUA CLARA




PARA LILA Y PARA NUESTROS HIJOS


Hoy le robamos a la calle un pedazo del día.
Hoy conversamos todos, más acá del salario.
Hoy nos miró el mantel, agradecido.

Hoy hemos regresado de lo ajeno,
acaso de lugares que jamás hemos elegido.
Hemos vuelto con diarios impresos en el rostro.
Y el mismo viejo espejo a todos nos ha visto.

Hoy salieron a vernos los retratos.
Y aquellos que ganaron un remoto descanso
parece que volvieron  para estar en la mesa.

Nuestros antiguos nombres saludaron de nuevo.
Y los humildes vasos nos brindaron su música.
Y la luz colgó cuadros en todas las paredes.




MUERTE Y LLANTO DE PIEDRA


(Sobre el frustrado itinerario
de Nilo Farfán Miranda)

Piedra es lo que te cubre,
piedra en largo silencio y en reposo de siglos,
callada piedra en  viaje sin brújula y sin puerto.
Piedra es lo que denuncia tu silencio inflexible.

!Fue tu vida tan suave!
Y tu muerte es de piedra ...
No un vuelo de palomas en retorno hacia el árbol,
ni alegres malabares de niños en las calles;
negra piedra de muerte es lo que cruza el aire,
y gritos como negros córceles desbocados.

Allá viene tu muerte en curva de meteoro,
patinando en el lomo de la tarde de una sábado.
En el aire hay decretos con rúbricas de piedras:
allá viene tu muerte, tu muerte apresurada.

Ahora, todos te lloran, 
más no con llanto acuoso de perlas desmayadas;
te lloran con un llanto de piedras en insomnio,
con un pesado llanto de dolor que se escapa.

Aquí, junto a tu muerte, nacerá una leyenda
escrita con perfiles venidos de La Luna.
Y estará tu memoria largamente tendida,
lo mismo que tu muerte, sobre un fondo de piedra.




EL AVIADOR SALUDA CON LA VIDA


Yo,
saludo izando el alma entre los dedos.
Y la niña que pasa
saluda con la risa y con los ojos.
Saluda la palmera cuando mueve
su colección de dóciles pañuelos.
El mar cumple un saludo en la ribera
y saludan las nubes con boínas de nieve.
El faro envía un saludo a las velas que llegan.

Saluda quien regresa de la dicha;
saluda el hombre triste con su pena.

Y tú,
aviador que quieres a tu pueblo,
no vas a saludarlo con la mano
ni le enviarás saludos en pañuelos.

El aviador saluda con la vida,
desde una fina línea, donde empiezan
los cordiales dominios de la muerte.

Los cuchillos de plata de tus alas
reparten los manjares de la tarde.
Pasas entre el asombro de las aves,
jinete de un corcel que nadie alcanza.

Tu motor raya el disco del segundo
pero, de pronto calla.
Y tú desciendes, por una línea vertical de asombros,
en las ancas de intrépida acrobacia.

Entonces,
la colegiala deja sus cuadernos
y el voceador detiene su carrera.
Acá, en la calle, ya no quedan ojos,
pues todos se marcharon hacia el cielo.

Te sostiene un aliento de relojes,
una tupida malla de miradas.

Resucita tu máquina
y vuelves a la altura galopando
por las pistas brillantes de la tarde.

Tu pueblo sabe que lo amas:
pisando en los estribos de la muerte,
el aviador saluda con la vida.



REGRESO HASTA MI PUEBLO


La ciudad era grande
y yo era un hombre pobre.
La ciudad era inmensa,
aún para los más grandes.
Pintadas las mujeres y pintadas las casas.

Había mujeres bellas;
los hombres, perfumados,
hombres de lino y seda,
de zapatos brillantes, donde tomaba asiento el sol,
arrastraban la noche sobre las avenidas.

Desde muchos lugares,
la música de radios se arrojaba a las calles.
Olía a perfumes, pinturas y exóticos tabacos.
Unas mujeres rápidas,
no sé si patinaban, danzaban o volaban.

Mi amor era muy grande;
mas, la ciudad, inmensa.
Ella a veces danzaba, patinaba o volaba.

Yo sé lo que es la pena de amar en la ciudad.
La ciudad no era mía,
la ciudad era de otros, 
la ciudad era de ella ...


Y VOY DICIENDO QUE LA VIDA ES BUENA


La vida es buena porque canta el mar
y porque el horizonte es una cuerda
que podemos saltar.
La vida es buena porque nuestras ansias
pueden morder la fruta de La Luna;
porque la estrella sirve para todos,
porque no tienen dueños los crepúsculos.

Porque hay ojos y voces y cariños
regados por el mundo,
yo me atrevo a decir: La vida es buena.

Por el aire y el sol y los caminos,
siempre debo decir: La vida es buena.

Por la tibieza matinal del lecho,
porque he amado y me amaron,
porque ofrendo mis versos cuando  quiero,
por todas estas cosas tan sencillas,
yo puedo repetir: La vida es buena.

Mas,
porque tú fuiste siempre algo lejano
y el hilo de mis ansias no te apresa,
porque tú pasas y mi pena queda,
porque estuve asomado
a la cerca que guarda tu parcela
y nunca hurté tus frutos olorosos,
por todas estas cosas,
yo quiero repetir:  La vida es mala.

Y sin embargo,
sin pretensiones de decir mi pena
y sin que intente convencer a nadie,
en un idioma de resignaciones 
voy repitiendo que la vida es buena.


LLAMADA URGENTE


Compadre,
amigo, 
camarada,
!Venga!
Ahora estoy esperando por usted.
Le escribo en los brillantes papeles de La Luna,
con tintas de una noche desmayada,
cuando todas las cosas se transforman:
los árboles, las casas, los caminos.

No demore, compadre.
Si no viene, 
la noche se volverá ataúd.
Atravesando el horno de la tarde,
en la cabalgadura de la noche
o por las altas pistas de los astros,
como quiera, compadre, pero llegue!

No muero, ni sollozo;
pero algo en mí se muere.
Se muere entre mis brazos una niña morena.
Quiero decir que muere en mi esperanza
una tímida niña
con una edad de pétalos;
con ojos, con pestañas, con cabellos,
que describir no puedo.

Se nos mueren los días,
las noches se nos mueren,
el amor que quisimos se nos muere.
Sin recetas, sin médicos, sin rezos,
las cosas que cuidamos se nos mueren.

No es hora morir,
pero algo muere.

Compadre, 
aquí lo espero,
entre esta deliciosa terapéutica
de café y cigarrillos
que nunca alcanzan a curar mi pena.

Aquí solo usted falta.
Aquí todo está listo:
una muerte obstinada que no quiere sentarse;
y los ceibos que lloran con suave llanto blanco
y el platanal que extiende sus flamantes pañuelos
y el cacto que ha ordenado silencio a los viajeros.

Compadre,
amigo
camarada,
!venga!
Filtrándose en el tiempo,
perforando la noche,
pisando los cordeles de las horas
o prolongando la ola;
destrozando porfiados calendarios,
despedazando el aire,
como quiera, compadre, pero venga!


Y YO NO SOY LA TIERRA


¿Usted ha contemplado, compadre, cuando arrancan
una mata de yuca?
¿Quién negaría, compadre, que la tierra se queja?
!Su clamor es tán hondo! Y yo pienso que abajo,
muy abajo,
sollozan los antípodas.

!Cómo sufre la tierra!
Y sangra, yo lo afirmo,
porque la sangre de la tierra es ese polvo
que va con las raíces.

!Cómo te quitan las raíces que estuvieron viviendo de sus senos!
Raíces muchachas todavía,
raíces adolescentes
o robustas raíces,
compadre, todas salen mientras la tierra sufre.

!Cómo vomita piedras y guijarros!  !Cómo queda!;
con oscuras e informes cavidades
y hondas desgarraduras.

No es que pare la tierra;
es que la operan con forceps y dolores.
Usted conoce el caso, compadre.
Considere que quiere arrancarme mi matita de yuca.
!Y yo no soy de la tierra!


BIOGRAFIA DEL PUEBLO


¿Cuándo miraste el pueblo luchando desde arriba?
Si alguna vez lo contemplaste así,
piensa que aquello fue como el regreso de un cometa.
El pueblo siempre tuvo los pies sobre la tierra,
la mirada derecha,
el pecho adelantado.

Su vestido, de tierra.
Tierra en el cofre de las uñas,
tierra en la dura geografía del pecho,
tierra en la abreviatura de las cejas,
tierra en el cortinaje de los párpados,
tierra en los labios y en la frase dura,
tierra en la tierra
y en el aire tierra.

El pueblo siempre estuvo mirando desde abajo.

Porque no tiene casas, las calles son del pueblo.
Porque no tiene tierras, son suyos los caminos.
Porque no tiene ropas, son suyas las banderas.
Porque no tiene lechos, sueña sobre un andamio.

No deja de nacer si faltan cunas.
no deja de crecer si falta altura.

El pan que come el pueblo lo extrajo de los surcos,
lo sacó de las minas,
lo engrasaron las máquinas.
Es un pan triturado por trenes que galopan.

El pueblo tiene sus propias alcancías:
de penas, injusticias y silencios.
Y cuando las perfora nace la libertad.

Pantalón,
camiseta,
y nada más.
Músculo,
corazón
y nada más.
Remiendos
y tabaco
y nada más.

Al pueblo lo conozco desde lejos:
su voz de trueno, su canción de mar.

Con diccionario propio,
con palabra directa
y con pulmón de cielo,
el pueblo se parece a los torrentes.

Pero no ha terminado de nacer.
Y lo he mirado algunas veces,
sobre un mantel de tierra, saboreando
su sopa de luceros y esperanzas.


VELORIO DE RUDECINDO LUNA

 

Horas de negras sarazas,
de sudores y lamentos.
En la oreja de la noche
el llanto ha puesto pendientes.

Pedazo de sombra espesa
bajo la caja mortuoria.

Serpentinas de tabaco
y un fuerte olor de aguardiente.
Los ojos se han vuelto mansos
hallándose con la muerte.

Velorio de Rudecindo,
cargador de Portoviejo.
El cuadrillero mayor
llora con un llanto grueso.

 Reloj de gallos y burros
afuera denuncian la hora.
Murió Rudecindo Luna
ayer, en la carretera.
En vano quieren los cirios
poner calor a su cuerpo;
el frío que tiene no existe
ni en un invierno del Polo.
Mañana estará viajando
en una chalupa negra
por rutas de calaveras.
Mañana estará cargando
la maleta de su muerte.

Tres campanadas descienden
de algún reloj somnoliento.

En su carroza dorada
la aurora tal vez se acerque,
con candelabros de planta
para poner en la sala.

Todos desean que la aurora
se detenga en algún cerro,
para no llevarlo pronto,
para verlo aunque sea muerto.

Velorio de Rudecindo.
Toda su vida ha cabido
dentro de esta caja negra.
Mañana estará viajando
en breve barco de cedro:
proletario liderado,
hacia puertos de silencio.

Mañana será el comienzo
de su domingo más bueno.
Mañana estará cargando
la maleta de su muerte.


CANCION DE LAS VOCES INFINITAS


El Sol, que es jornalero de todas las parcelas,
no duda que te quiero.
El Sol, que cuida frutos, espigas y simientes,
conoce que te quiero.
La Luna, que regresa
para vestir de ensueño a las colinas,
afirma que te quiero.
Las torres, que sorprenden angustias y vigilias,
denuncian que te quiero.

El mar graba en las rocas que te quiero.
Los mástiles que llegan entienden que te quiero.
Los faros, en el cielo, escriben que te quiero.

Pon el alma en la savia de los árboles nuestros
y escucharás que dice que te quiero
Y también los cocuyos, en sus dorados signos,
escriben que te quiero.

En las piedras, la lluvia expresa que te quiero.
Y el silencio total de los luceros
es un idioma nuevo
diciendo que te quiero.

Abandonan sus redes las arañas
y sueñan que te quiero.
Su crecimiento azul suspenden las auroras
y dicen en los cerros que te quiero.

Las guitarras padecen diciendo que te quiero.
Las golondrinas llegan y saben que te quiero.
Los aleros se inclinan al decir que te quiero.

Crecen los ríos y al filo de sus cauces
descubren que te quiero.

Amor, amor:
el tiempo reconstruye los muros de la noche
y con tiza de estrellas
escribe que te quiero.

Las rosas, los caminos,
las hierbas, los relojes
los animales niños comprenden que te quiero.

Hay un diálogo de aves
y secretos de brisa,
melancolía de lagos,
cosechas y canciones
sólo porque te quiero.

Los relámpagos gritan que te quiero.
Y hay fuego en los volcanes para copiar el grito.
Y se raja la tierra para un coro sin límites.
Y yo soy sólo un eco diciendo que te quiero.

***

Esta mañana están las golondrinas
haciendo un barrio oscuro en los aleros.
Para buscar un techo,
dejaron a las lluvias sus caminos.

Para formarse nidos.
vinieron desde lejos las viajeras.

Por algo debe ser que esta mañana
los aleros están llenos de nidos.

Yo quiero preguntar, pero te espero:
tu voz es un idioma de ternuras.

Y mientras llegas pienso.

Hay madera en los cerros que tú miras,
hay cañas sobre el dorso de los ríos,
hay frescura de cadi en tus parcelas.
Esta mañana están haciendo nidos
las breves golondrinas.

Por algo debe ser.
Preguntemos los dos a los aleros.


LOS CAMINOS


!Cómo pedirles más a los caminos!
!Cómo pedirles más si en sus petates
se acostaros los siglos!

La luna tuvo sueños de ramas al hospedarse en los caminos y hundieron las estrellas algún canto entre el polvo.

!Cómo pedirles más si por ellos pasaron
la inquietud y el cansancio,
la alegría y la pena,
la pobreza del hombre,
la esclavitud del asno!

!Sin edad y sin muerte,
sin vida y sin protesta,
sin cuna y sin sepulcro!

!Cómo pedirles más a quienes enlazaron los cerros
y están siempre desnudos,
bajo el sol unas veces,
otras bajo la lluvia.

!Cómo pedirles más si en sus piñuelas
inconclusas erranzas quedaron engarzadas!
!Cómo pedirles más si nunca descansaron!
Cómo pedirles más si nunca nos dijeron que se hallaban cansados.

!Cómo pedirles más si en ellos levantaron sus piras
las tardes del verano!
Más no les pedirían
los asnos,
ni los niños,
ni el hombre,
ni los cautivos frutos que por ellos pasaron.

!Cómo pedirles más
si los caminos forman cruces que van al infinito
y en sus maderos de ceniza
muchos cristos sangraron!

!Cómo pedirles más si por ellos pasaron
el amor y la muerte,
la vida y la esperanza!

Con todo el cielo a cuestas
allá van los caminos.

Sin frío y sin cansancio,
sin grito y sin plegaria,
allá van los caminos.

Allá van los caminos,
enfermos de infinito.

!Cómo pedirles más
si por ellos el viento fue cantando,
si sintieron lo lejos la canción de los ríos,
si sirvieron de atriles al canto de las aves.!

!Cómo pedirles más si ellos no piden nada!
Si soles invasores les clavaron sus lanzas,
si todos los inviernos los llenaron de llagas,
si siempre están cargados de cerros y de puentes.

!Cómo pedirles más a los caminos
si jamás sollozaron,
si ellos nunca estuvieron verticales.
 



miércoles, 10 de junio de 2015

DIMENSION DEL DOLOR - POESIA

DIMENSION DEL DOLOR

POESIA


PRESENTACION


Siempre estuve pensando en darles algo.  Hay tantas cosas en el mundo que pueden servir a la alegría!  Pero son cosas materiales que yo no puedo aprisionar:  se las llevaron otros hombres.

En las fronteras jubilosas que separan los años estuve muchas veces fabricando mentiras para mi propia cena.  Las ansias se quedaron en mis ojos, sin hallar el camino.

Y aquella historia es grande para mí; pequeña, sin embargo, entre la gran tragedia que escribe una geografía de luto sobre el mundo.

Lo que yo no pude darles fue ese dolor que les causó la existencia torturada de donde nacieron estos versos.

Ahora, antes de regar mis poemas en los anchos caminos del planeta, quiero ofrecerles este libro:

A mi madre y mis hermanos;
a la mujer que se plantó frente al dolor para ayudarme
y a los hijos que partieron desde su vientre
para sumarse al misterioso desfile de los hombres.

No deseo que mi libro se apoye en ningún prólogo.  Prefiero llegar solo y decir sencillamente lo que quiero.  No creo que el hombre debe ir diciendo frecuentemente su propia biografía; pero tiene derecho a expresar quién es, cuando presenta ante los otros la obra que le pertenece.

Quien publica un libro puede -sin que esto sea egolatría- hacer conocer lo que acerca de él piensa.  Estoy en este caso y voy a escribir el juicio sobre mi obra.

El dolor fue un enemigo (amigo algunas veces) alojado en mi vida.  Y vivir torturado puede ser parte importante en la razón de existir de la poesía.  Pero jamás el dolor dará la total explicación del poema; es indispensable, además, lograr su interpretación: honda, original, tal vez hasta velada.  La poesía es este puente no bien explicado todavía (ojalá nunca lo sea), que va del poeta al espíritu de los demás hombres.  Yo creo que he conseguido más de una vez realizar esa gloriosa arquitectura. Pienso que he utilizado la maravillosa unidad que hay en el hombre,  para una bella interpretación de la existencia.  Digo que es poesía lo que  en estas páginas ofrezco.  Es un decir ingenuo.

***

Los minutos se desgranan en la mazorca del tiempo,
caen
y se queman en mis pensamientos.
Serie 1.900:
De tí solo me puse muy pocas inyecciones.
Al correr desesperadamente en pos del futuro
no echo tierra al pasado.
Soy un hombre raro.
Veo más allá y más acá de esta vida horizontes inmensos,
Yo tengo el infinito, asta de mi bandera;
el hijo que se acerca debe izarla hasta el tope.

EL RÍO


El río, como un pie dolorido se hincha;
su cauce es una bota que lo ha presionado muchos siglos.

Por allí:
ensenadas cual uñas imponentes para romper el cuero;
muelles, puntapiés de la ciudad,
y proas que diseccionan;
inyecciones de tributarios.

Los brujos lo recetan con montes y pomadas de luna.
La marea, esa mujer inquieta,
a un compás de seis horas,
ha jugado tanto con él.
El río continúa esclavizado
por las curvas femeniles de la ribera.

AMANECER URBANO


La noche había dejado de cojear
apoyada en las muletas
de Empresa Eléctrica del Ecuador Inc.
Cuando salí
me precedió la calle que rápida avanzaba
y después de cien metros
extendía sus brazos
ordenando el desfile de edificios;
algunas ventanas a discreción;
otras, cerradas como un puño, amenazaban el bullicio;
gentes presurosas iban y venían asidas al día;
automóviles contradiciendo la distancia;
broncíneos gimnastas se mecían en los campanarios
alargando sus pies al horizonte;
prensa con prólogo de muchachos.
En, fin, una detonación en el oído del amanecer.

Y una mujer
alta,
blanca,
bien hecha,
a cuya desnudez se abrazaba París.
Chimenea de una nave
por el mar del ensueño
en este blanco cigarrillo.

Fumar ... fumar y recordarte,
ir hacia la ribera de tus ojazos negros,
anclar sobre las aguas tranquilas de tu ojera
y, si tú lo permites,
prender fuego a la nave
y quedarse viviendo del malecón adentro.

ELECTRA BALLEN AYALA


Los mangles se inclinaron
para anotar tu record
en la tabla del Guayas.
Los barcos de otros pueblos
llevaron tu recuerdo
izado entre sus mástiles.
Muchas noches la Luna
vio tu brazo altanero
diseccionar al río.

Pirata 
que encendías las distancias
de Guayaquil al Fuerte;
no son nada estos versos
ante el poema inmenso
que escribe tu destreza.

Electra:  La creciente
es un saludo del océano
al triunfo de tu gracia.

DOLOR ANTE LOS MUROS


                              Te doy este poema,
Horacio:               hecho precisamente hoy,
                              cuando cuentas dieciseis años


!Cárcel de Portoviejo! ...
!Qué dirá la estrella!
!Qué dirá el ave!
!Y el viento que dirá!

¿Y todos los caminos que a esta ciudad convergen,
que dirán?

!Qué dirán las colinas
que miran tu presencia!

Unos hombres te idearon
y por ganar el pan otros te hicieron.
Otros hombres vendrán hasta la noche
que forman tus paredes.
Y entre pocos culpables vendrán cien inocentes.
Los peores, los que matan de manera indirecta,
pero todos los días,
sistemáticamente,
quedarán más allá de tus paredes,
entre la estrella, el ave, las colinas y el viento.

!Venid hombres del pueblo que aspira a ser moderno!
Venid a ver el sitio donde estarán las vértebras,
la sangre y el espíritu.
Venid a ver el sitio que no es cuna,
ni camino, ni lecho.
Venid a ver para que sirven la madera,
el hierro y el cemento.
Venid a ver para qué sirve el Ingeniero.

Venid a ver el sitio que un joven hijo vuestro
puede ocupar si grita por salvar el derecho.
Venid a ver el crimen
que quiere ser remedio para todos los crímenes.
Venid a ver lo que debió ser clínica, escenario o escuela.

Venid a ver donde termina
el camino trazado por la Ley y los Jueces.
Venid a ver este almacén inicuo.
para las horas, las semanas y los meses.
Venid a ver la tumba prematura,
sin brisas y sin flores,
de epitafios con cifras.
Venid a ver la casa del montuvio,
y la futura casa del niño sin escuela.

Venid a ver, hombres de Portoviejo,
el monumento al mandatario.
Venid a ver este regalo
que hicieron los Gobiernos.
Y al pie de las barreras
enemigas del Sol y de la estrella,
preguntad qué es el hombre.

POR AQUÍ PASÓ UN CIRCO


Había llegado el circo al pueblo.
La noticia era grande, más alta que la torre
donde habitaban alas fatigadas y reflejos de lunas.
!Había llegado el circo!
Lo dijeron cien, quinientas, mil bocas.
La alegría, en las calles, hacia olvidar la muerte.

Me solté de la mano del tiempo,
que quiso hacerse el tonto,
y caminé despacio, la cara hacia el pasado.

Habían llegado: un vuelo de programas
y una alegría barata de payasos.
Había llegado, con la sucia carpa,
un milagro de sedas y colores.

!Ah la carpa!
Tenía unas aberturas hacia el cielo
por donde veían, sin pagar nada, las estrellas.
Y los hijos de pobres hubieran querido ser estrellas.

¿Quién dijo que no es linda la vida del pueblo?
Había bulla de circo.
Estaban casi todos,
el Concejal redondo que ya es mapamundi
y el hombre en camiseta con sandalias de polvo.

Había llegado el circo sobre zancos y ruedas,
sobre animales dóciles.
Era esto como decir
que un pedazo del mundo se metía en el pueblo.

Casi no falla nadie ...
Mi mujer, !pobrecita! ...
Mañana vendrá ella.  !Mañana!

Al día siguiente 
hubo una bullas de muchachos.
-¿Qué acontece?
-El circo que se marcha
-Pero ... no puede ser ...?

¿No puede ser?
Un dolor más ¿por qué no puede ser?
El circo se alejó
partiendo en dos la tarde,
partiendo en dos mi vida,
vistiéndose de polvo y de distancias.

¿Quién dijo que no es linda la vida del pueblo?
Dando saltos mortales sobre los horizontes
y dejando sus músicas de canciones recientes,
por aquí pasó un circo.


A ENRIQUE LUCAS


Te sorprendí mirando más allá de aquella hora,
en zonas de un crepúsculo, buscando algo muy tuyo.
Ya no tenías pupilas: mirabas con el alma,
pasando sobre el clima de rosas de la fiesta.

Y tenías la elegancia del hombre que se fuga.
Sólo yo vi la altura de tu embriaguez gallarda;
sólo yo vi las naves ancladas en tu pena.

Al fondo de tu risa descubrí las figuras
de amarradas angustias rompiéndose las alas.

Te miré en aquella hora, de pie sobre la noche,
despojado del tiempo y acaso sin espacio,
flotando entre un polvillo de pétalos difuntos.

Te escarbabas el alma.  Y era en zonas de angustia,
donde no existe, oh pena!, ni el regreso del eco,
donde todas las cosas visten trajes de duelo.

Fue entonces que quedaron tus ojos sin pupilas,
cuando perdiste todas las cifras de tu edad
y tenía sólo el lago helado de tu risa.

                            ***

Mi hijo de catorce años
tiene entre sus juguetes una pena, 
una pena vestida de sonrisas.

Mi hijo tiene el retazo de un recuerdo
en sus ojos color de los pechiches
cuando aún no están maduros.

El tenía un amigo de dos años:
olor, frescura y risa.
Y se le fue el amigo.

Desde entonces él saca ese retazo de tristeza
y lo cuelga en cordeles de palabras.
A veces es de tarde;
a veces en las noches,
cuando juegan los niños en las calles...

A LUZ MARIA


En la cocina nuestra
había un silencio de cenizas,
había un fuego
muerto de última tarde,
que no alcanzaba a renacer.

Todos deseábamos
que nos aparecieran las palabras.
Y de la generosa alcancía de nuestros labios
extraíamos sonrisas,
!Podíamos sonreír!

Ahora la vida sigue siendo mala
y sonreímos todavía.
También el hombre necesita de juguetes.

Y juego con la brisa que no envía el Pacífico
hasta este valle para mí tan estéril.
Y si tuviera lágrimas jugaría con ellas.
Más yo no estaré solo en esta Navidad,
pues jugaré, sin que me cueste mucho,
con mi propio dolor.


RIO PORTOVIEJO


No sé por qué bajaste desde tu pétrea casa,
a la cual muchas veces las estrellas llegaron,
huyendo de la vieja tortura de sus rutas
y trayendo el recuerdo de absurdos calendarios.

Desde remotos años,
en tus mansas orillas,
donde duermen morenas magnitudes,
están desconsoladas las preguntas.
No sé por qué bajaste para tu larga erranza,
en aquella perenne sandalia de tu cauce,
escoltado de sauces en llanto incontenible
y de los higuerones que acampan en las nubes.

Todo es para tu paso.
El platanal inclina sus verdes terciopelos
y mil dedos ingrávidos levantan los potreros.
Con su flexión los puentes saludan tu presencia;
los cañales desatan sus canciones anárquicas.

Vestidos con el traje de seda del crepúsculo,
los puertos florecidos en un tropel de cántaros
te salen al encuentro.
Es claro que bajaste para el suave contacto
con el hombre que luce su camisa de fragua,
para exhibir tus lentos cristales en verano
y la piel de tragedia que te dan los inviernos.

Incansable y amigo, 
cuando la balsa junta sus verdes paralelas
para el áureo desfile de los frutos benévolos.

Ansias de verlo todo te imprimen contorsiones,
ejecutan tus danza, alargas el andar,
y sinembargo llegas,
recadero infallable de cerros milenarios
a las fauces azules y lejanas.


POEMA DE LA REVOLUCION


Yo había alcanzado un pleno dominio de los astros
y ambulada en altísimas regiones anulando las causas de la
gravitación.
Mis dedos gobernaban corrientes interplanetarias
y encendí todas las bombillas del cielo,
para alcanzar una íntegra visión de este planeta.
Y se quedó La Tierras transparente:
pude ver en el fondo de los mares
y escudriñar las selvas.
Mis ojos patinaron sobre el lomo del Ande en una carrera 
desconcertante.

Todo me era accesible;
desde un polo hasta el otro
Naturaleza se cubría de respuestas a mis locas interrogaciones.
Savia de kilowatios vivificaba las ciudades, florecidas de electricidad.

Todos los campanarios del mundo
se empinaban para ver en el Cosmos,
mientras abajo
una paradoja de lujo y miseria
ponía signos absurdos en la pizarra del Tiempo.
Millones y millones de cruces,
orando en el mutismo por los hombres que quedan,
extendían sus brazos recargados de angustia.
Todavía se escuchaba el rugir de la guerra.
Una visión sin límites del tiempo y del espacio,
se me ofrecía en esta hora.
La Historia tropezaba sobre un montón de edades.
El Everest, como huso, iba engarzando nubes;
y nuestro Chimborazo, con su albura de siglos,
era como un gran lienzo para aparar estrellas.

Cantaban los océanos su viejo canto grave,
y hablando de leyendas y de hazañas mayúsculas
a enfrentar al Atlántico corría el Amazonas.

Como un miraje eterno se alzaban las pirámides
y vagaba sobre ellas el verso de Valencia.

La Tierra aún era vasta
y parecía creada para todos los hombres.
Siendo así, 
¿por qué el hambre,
la pena de las cosas distantes,
el paisaje amarillo de los seres enfermos?
¿Para quiénes la ciencia
y el milagro del vuelo,
y aquel desgarramiento del átomo, que es fuerza?
La Tierra aún era pródiga:
frutos, peces, oro, fibras:
para cada hombre un sitio, 
para cada hambre un pan,
La Tierra aún era grande;
el hombre aún era niño.
Envueltas en sus mantos de hollín
las fábricas parecían esperar el día venturoso de la Revolución.
y mirando hacia el campo
en la quietud del lago de la noche grandiosa
enviaban sus mensajes a los algodonales.
Las minas respiraban el aire puro de la noche;
sus bocas reprimían interjecciones al capitalismo.
Quise abrir ambas manos
que al contraerse habían extraído un jugo de rebeldías,
e intenté regarlo sobre los cinco continentes,
pero los humildes dormían.
Yo no sé cuántas horas, viví en el extasismo.
Los gallos, convertidos en antenas,
anunciaban el avance del Sol,
que venía a grandes pasos
intentando desalojarme del sitial
desde donde yo llamaba desesperadamente al oído de las multitudes.
Las horas, desde el trapecio de los  péndulos,
seguían arrojándose a la pista del pasado.
Una vez más me rechazó el silencio.
Yo había querido ver en un minuto el milagro de la transformación.

La gravedad multiplicaba sus caballos de fuerza
y comenzó mi descenso hacia La Tierra.
Todavía pude ver una leve claridad de astros
engastados en la sortija del horizonte.
El bisturí de los rayos solares diseccionó mis párpados,
y cayeron, sobre caminos guillotinados por la locomoción,
fragmentos del delirio.
Pero, 
la realidad era más grande:
desde las fábricas,
sobre los campos
y en las profundidades de las minas,
con el hilo de todos los minutos,
los hilanderos del dolor y la miseria
tejían el venturoso poema de la Revolución.

POLICÍA


Doblegado en la esquina
porque cayó sobre tu nuca
el garrotazo de las madrugadas.

En las urbes tus hermanos
tienden retazos de atención
sobre el cordel de los bulevares.
Son malabaristas
que aparan automóviles
y desenredan la serpentina del tránsito.

Policía:
las estrellas anotas tus vigilias
en el pizarrón del cielo.
El amanecer se tropieza en tus vértebras.

Tus ojos son cuentagotas del tiempo
mientras la propiedad descansa.
Hasta que un día la palizada del mitín
baje amenazante
y te lleve entre el aleteo de sus banderas.
En el cuerpo engrasado de los trabajadores
un sistema de siglos no podrá sostenerse.

ALERTA, ECUADOR, ALERTA


!Alegría por el petróleo!
contento de quién no sabe
de dónde vienen las penas ...
Grandes letreros anuncian
que hay petróleo en Rocafuerte;
en los campos color verde
hay hondas pupilas negras.
Abajo ríos de petróleo;
arriba el ansia extranjera.

En los campos manabitas
habrá grandes campamentos,
rubias botellas de whisky,
y un olor de cigarrillos
venidos de Norteamérica.

Carros de exóticas firmas 
hollarán las carreteras, 
llevando y trayendo gringos, 
los dueños de nuestra tierra.
¿No sienten que en nuestro cuello
está la mano extranjera?
Monroe anda noche y día 
por estas tierras de América;
el mismo que estuvo en Río
presenciando nuestra venta.

Manabita:  Tu alegría
está cerca de la pena;
este hierro que nos llega
es un hierro de cadenas.

Hay que hacer un nuevo mapa
y una nueva Geografía.

Pesadas botas al cuello
recibirán por herencia
los pequeños de esta tierra.
Abajo ríos de petróleo;
arriba sobre los ojos, 
la negrura de una venda.

Ancón, Portovelo, Mera,
y en Manabí Rocafuerte.
Monroe vestido de kaki,
con una pipa fragante,
recorre las carreteras.

!Alegría por el petróleo!
Larga transfusión que deja
sin vida a quien le concede.
Hoy apareció otro pozo, 
otra herida negra y honda.
Monroe vestido de kaki
recorre las carreteras,
y hay una calma morbosa
en los caminos de América.


POR LA MUERTE DE 

JOAQUIN GALLEGOS LARA


Desde el río majestuoso
al estero que rizan las brisas del océano,
desde el Cerro de Carmen hasta La Josefina,
Guayaquil ha sentido los pasos de la muerte,
por los mismos lugares que cruzara su espíritu
en un vuelo perenne de amor hacia estas tierras.
Guayaquil ha sentido el crujir de unos huesos.

Hoy hay luto y silencio en los galpones.
Hay más de un libro huérfano.
Y si es que el tiempo pasa, camina agazapado
porque los hombres quieren meditar en silencio.

Negras escarapelas hay en los overoles
y las rojas banderas llevan franjas de duelo.
Los paso son de plomo, las miradas acuosas,
y las voces parece que nacen muy adentro.

Están quietas las palmas del viejo cementerio,
y para recibirlo extiéndense amorosos
los brazos de las cruces que cuidan sobre el cerro
el sueño de los hombres del quince de noviembre.

Gallegos Lara llega sobre los mismos hombros
que un día lo condujeron al mitín y a la huelga;
lo cubre la bandera más roja del planeta
y lo despiden todos los puños de su tierra.

AMAZONAS


Cuando erámos muchachos te presentó el maestro.
Eras entonces algo como una arteria azul,
algo como un orgullo en la quietud del mapa.
Estabas muy lejano, pero no inalcanzable, 
y soñamos contigo, gran misterio oriental,
serpentina arrojada por la mano del Ande.
Tu golpe, de costado, sacudía al Atlántico.
Con un himno potente, que llegaba a los astros,
solemnemente entrabas en las aguas del mar.
Estabas muy lejano, pero no inalcanzable.
Te soñé, por lo menos, como objeto de un sueño,
como promesa inmensa, como vieja heredad.

!Amazonas!, robado a pesar de tu anchura.
!Amazonas! robado a pesar de tu furia.
En tí cabrían todas las naves del planeta y
quizá hasta La Luna te podría surcar.

No se abren nuestros labios para decirte adiós;
se levantan los puños en una imprecación.
Quienes duermen ahora con arrullos de cuna,
con canciones de madre, irán un día por tí.

!Amazonas!, espejo de las constelaciones,
gran camino de selvas, yo no te digo adiós.

 ***


Mi hijo tenía un amigo
y ahora tiene una pena,
más allá de los ojos,
más allá de su risa.